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La economía de extracción, las débiles leyes ambientales de Brasil, Argentina y Paraguay y el hambre del mercado global por la carne vacuna, soja y cereales están propiciando la depredación de uno de los ecosistemas más ricos de América del Sur

Texto: Arístides Ortiz
Fotografía: Cecilia Rojas
Análisis y visualización de datos: Gibran Mena, Fernanda Aguirre y Nacho Catalán

26 octubre 2022

Casi 15 millones de hectáreas de bosque arrasadas: así devasta la agroganadería la cuenca del río Paraná

“Hace 25 o 30 años, esta zona era todo bosque…bosque impenetrable”, recuerda Gustavo Cano, intendente del municipio de Raúl Peña, cuyo casco urbano, de apenas 66 hectáreas de perímetro, parece una diminuta balsa flotando en un océano de cultivos de soja, trigo y maíz.

En ese océano de cultivos con diversas formas geométricas agonizan islitas de árboles y contadas comunidades rurales habitadas por escasas familias de agricultores: Raúl Peña tiene apenas un poco más de 9.000 habitantes en un territorio de 22.500 hectáreas, de las cuales 13.000 son tierras de la agricultura a gran escala, según el censo de ocupación de tierra realizado en el 2016 por la municipalidad. “Antes tenía mucho más habitantes…”, dice Cano.

Este pequeño distrito del departamento de Alto Paraná, en Paraguay, es solo un ejemplo de cómo en los últimos 20 años las grandes topadoras –zancudos de hierro con palas de hasta siete metros de largo por tres de ancho– y las potentes motosierras arrancaron y cortaron árboles, plantas y arbustos en miles de municipios y alcaldías de aquel país, de Brasil y Argentina asentados sobre las fértiles tierras de la cuenca del río Paraná. Territorios locales cuyas hectáreas de cultivo, de cría de ganado vacuno y divisas se dispararon hacia arriba, al mismo tiempo que se precipitaba de forma alarmante la pérdida de biodiversidad, la población rural y el caudal de las aguas de los centenares de arroyos, lagos y ríos.

La acelerada expansión de la frontera agrícola y ganadera fue devastadora para los bosques, selvas y cerrados de la región hidrográfica del Paraná y su ecosistema, tal como muestra este mapa interactivo. La superficie de esta hidrografía ha perdido, entre el 2001 y el 2021, 15 millones de hectáreas de cobertura forestal, un número frío, pero que representa casi todo el territorio de Uruguay, y que equivale a 23,5 millones de campos de fútbol.

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La mancha de la frontera agropecuaria en la cuenca es histórica. Comenzó a expandirse alrededor de 1960 y sigue creciendo sin parar. Es hoy un inmenso espacio de más de 47 millones de hectáreas de agricultura extensiva y al menos 90 millones de hectáreas de pastura de ganado vacuno que ocupan partes de 11 provincias argentinas, 7 estados brasileños y 8 departamentos paraguayos asentados sobre la cuenca. A juzgar por la cantidad de cultivos y establecimientos ganaderos que ya existían, la cobertura forestal perdida antes del 2001 fue superior, pero después de este año la deforestación continuó imperturbable pese a los discursos y a las políticas de los Estados del mundo para frenarla y disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), que aumentan la temperatura del planeta.

El agresivo desmonte de las últimas dos décadas, rastreado y descubierto por primera vez por esta investigación, coadyuvó a la modificación del ciclo de lluvia y, con ello, agravó la reciente sequía de tres años en la región de la cuenca, la que disminuyó el caudal del río Paraná y sus lagos, arroyos y ríos afluentes. El caudal principal del río –que normalmente hace fluir un volumen colosal de agua de 16.000 metros cúbicos por segundo– se redujo en su momento más crítico a 6.600 metros cúbicos, atascando el comercio marítimo del que, paradójicamente, se sirven los productos (soya, maíz, trigo y carne vacuna) causantes de esa reducción; además, la caída del volumen de agua disminuyó la cantidad de peces, afectando la alimentación de incontables pescadores brasileños, argentinos y paraguayos que viven en las orillas del extenso río de 3.730 kilómetros de largo.

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Cauce del río Paraná entre el departamento de Alto Paraná (izquierda) y la provincia de Misiones, Argentina. En el lado paraguayo los cultivos llegan hasta la orilla del río.

Especificaciones de la investigación

Más de seis meses de investigación revelaron, por primera vez, el impacto de la agricultura y la ganadería en la cobertura forestal de la cuenca del río Paraná con mapas, números e informaciones. A través de la digitalización y geoposicionamiento de mapas analógicos oficiales de la cuenca del Paraná, Hína y la organización Data Crítica  generaron archivos geojson para la región trinacional de la cuenca del Paraná (Brasil, Paraguay, Argentina) por cada país y en el área total de la cuenca. Estos datos fueron clasificados y alzados a la plataforma de  Global Forest Watch, donde se utilizó un algoritmo de detección automatizada para ubicar las zonas de pérdida de cobertura forestal. La precisión de la detección es de entre 94 y 96 %. Al mismo tiempo, un equipo de periodistas realizó un reporteo de campo en las zonas de frontera entre los tres países. El trabajo se realizó en colaboración con la organización sueca Diakonia.

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La deforestación en los últimos 20 años

El rastreo sobre la superficie de la cuenca configuró en mapas la pérdida de bosques, cerrados y selvas que constituyen sólo parte de toda la vegetación de la hidrografía. Una pérdida que cambió el suelo, uno de los más húmedos, boscosos y por ello más fértiles en las Américas gracias a su sistema hídrico. Fueron cambios impulsados por las mismas políticas económicas de los Estados de los tres países.

En el año 2000, en la cuenca se extendía una cubierta forestal natural de 79,1 millones de hectáreas. Para el 2021, la demanda de granos y carne vacuna del comercio global amputó aquel paisaje: las imágenes muestran que el cambio de uso de suelo arrojó una pérdida de cerca de 15 millones de hectáreas de árboles, plantas y arbustos de diversas especies y formas, una disminución del 19%. Solo 469.000 hectáreas se perdieron a causa de los incendios forestales, según datos proporcionados por Global Forest Watch. Tamaño desmonte se explica fundamentalmente con el incremento de la producción industrial de cinco materias primas muy apetecidas por el mercado global: carne vacuna, soya, maíz, trigo y caña de azúcar.

La migración brasileña a Paraguay

Jonas Piovesan es un poblador del municipio de Raúl Peña. Vive en su casco urbano. De piel blanca, cabello rubio y ojos azules, habla un castellano salpicado de tonos y palabras portugueses. Piovesan es un típico brasileño de origen europeo que, junto a miles de sus compatriotas, migró a inicios de 1970 a Paraguay atraído por los favores de la política migratoria del entonces dictador Alfredo Stroessner, con precios muy bajos para adquirir tierra y sin impuesto inmobiliario. “Mi papá fue uno de los pioneros que llegó al Alto Paraná para trabajar…”, recuerda. Entonces él tenía 3 años, hoy tiene 51. La ola de inmigrantes brasileños llegaba a Paraguay para cultivar trigo y soya, principalmente. Detrás de los colonos –hoy la mayoría organizados en grandes cooperativas– llegaron los capitales brasileños de inversión. “Cuando llegué, todo esto era monte”, rememora Jonas.

Tramo del río Paraná donde confluyen las fronteras

Tramo del río Paraná donde confluyen las fronteras de Paraguay (abajo), Brasil (izquierda) y Argentina (derecha). Por este cauce navegan río abajo, hacia Argentina, las grandes embarcaciones de soya, cereales y carne vacuna.

Antes del 2001, Raúl Peña tenía mucha más población. “Los habitantes de las colonias rurales del distrito vendieron sus tierras y se fueron hacia las ciudades más grandes del departamento”, cuenta Cano. Sin infraestructura, sin apoyo del Estado y persuadidos por las altas ofertas de compra de los empresarios y colonos brasileños, vendieron sus parcelas abandonando sus cultivos familiares. Migraron a los asentamientos de pobres en la periferia de urbes como Ciudad del Este, Santa Rita o Presidente Franco.

En los últimos 20 años fueron desmontados 693.000 hectáreas del rico bosque Atlántico de Alto Paraná, ubicado en la cuenca baja de Paraná, una superficie esparcida en los departamentos fronterizos o cercanos a Brasil como Alto Paraná, Canindeyú, Caaguazú e Itapúa; una cantidad de hectáreas superior al territorio de Palestina, de 622 mil hectáreas. Solamente 50.000 hectáreas fueron desmontadas a causa de los incendios forestales. Más de la mitad de los propietarios de tierras cultivables en Alto Paraná y Canindeyú son brasileños, mientras que en los otros departamentos oscilan entre el 30 y el 15%. Gran parte de estos cultivos se desarrollan sobre la superficie de la cuenca que se extiende en Paraguay, una superficie que ocupa 5,5 millones de hectáreas de su territorio, el 3,5% del total de la hidrografía del Paraná.

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Las imágenes muestran por primera vez la pérdida de cobertura forestal dentro del contorno de la cuenca en Paraguay; indican que se intensificó en los municipios de los departamentos citados arriba y ubicados en las zonas este, sur y norte de la geografía paraguaya, cercanas al río Paraná.

La mayor deforestación, en Argentina

Argentina es un país productor y exportador de granos en estado natural desde finales del siglo XIX. A partir de aquellos años fue creciendo sostenidamente su capacidad exportadora de, principalmente, maíz, trigo y carne vacuna. Con el correr de los años su producción fue incorporando otros granos como la soya, cultivos extensivos que lentamente fueron ocupando territorio argentino hasta alcanzar a las 11 provincias asentadas sobre la superficie de la cuenca del río Paraná, la que al mismo tiempo fue perdiendo cobertura forestal.

Cuantificada por país, la mayor deforestación total y proporcional de la superficie de la cuenca en los últimos 20 años ocurrió en territorio argentino: 7,62 millones de hectáreas, equivalentes a cerca de 12 millones de campos de fútbol. Los incendios forestales fueron causantes de la deforestación de 223.000 hectáreas. El 37,5% de la cuenca baja del Paraná (56,5 millones de hectáreas) está en este país. Las imágenes revelan que los territorios locales (municipios) más deforestados están en las provincias de Salta, Jujui, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, ubicadas en la zona norte del país, y Misiones, en la zona este, fronteriza con Paraguay y Brasil, a orillas del Paraná.

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Cambio de uso de suelo en Brasil

Con relación a Brasil, es un histórico productor de caña de azúcar y ganado vacuno. A estos dos productos sumó, a partir de 1960, el cultivo de la soya y, en menor medida, el maíz. Los tres primeros productos fueron avanzando sobre la superficie de la cuenca. Aunque tiene el 59% de toda la superficie de la cuenca alta del Paraná (8,9 millones de hectáreas) en su territorio, la deforestación en Brasil fue menor que en Argentina: más de 6,73 millones de hectáreas, un tamaño que dobla al territorio de Cataluña, España. De esta pérdida de cobertura forestal, 196.000 hectáreas se debieron a incendios forestales. Se observa en el mapa que los puntos más intensos de deforestación están en los territorios de las alcaldías de los estados de Paraná, Santa Catarina, Mato Grosso do Sur y Sao Paulo, en las zonas sur y centro del país.

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Solo en el 2021, mientras las autoridades de la Organización de Naciones Unidas y el Grupo de los Siete (G7) –los países más industrializados– llamaban a reducir las emisiones de los GEI y estaban en “plena ejecución” las políticas para promover fuentes de energía renovable, en la cuenca se perdían 522.000 hectáreas de bosques. Sumando los números en los tres países, en 2004 se registró la mayor cantidad de hectáreas deforestadas en un año en las últimas dos décadas: 1,1 millones, seguido del 2011 y 2012 con 1,05 y 1,03 millones de hectáreas depredadas, respectivamente. Esto fue impulsado por las favorables condiciones climáticas en la cuenca y los altos precios de los productos en el mercado internacional.

El avance agropecuario en la cuenca

La cuenca del Paraná forma parte de la Región Hidrográfica del Plata,  una hidrografía que abarca partes de los territorios de Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay. La cuenca del Paraná es, como toda la cuenca del Plata, uno de los grandes espacios de producción de granos y carne vacuna del planeta. Todos los estudios e investigaciones académicos realizados hasta ahora en los tres países tributarios concluyen que, en mayor o menor medida, la principal causa de la pérdida de la cobertura forestal de la cuenca es la agricultura de granos y la cría de ganado vacuno, en un contradictorio movimiento de producir materia prima, pero a costa de destruir el suelo y los recursos naturales que hacen posible su producción.

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El último estudio realizado este año por científicos del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea y el Sistema de Información sobre Sequía para el sur de Sudamérica es categórico: el cultivo extensivo de la soya, el trigo, el maíz y la pastura del ganado vacuno son la causa de la deforestación de la Gran Cuenca del Plata y de su subcuenca, el Paraná. Y va más allá: la última sequía entre 2019 y 2021, que causó una histórica disminución del caudal del río Paraná y sus afluentes, fue agravada por el cambio de uso de suelo y su consecuente deforestación; lo agravó modificando el ciclo de lluvia que cae principalmente en la naciente del río, en la cuenca alta del Paraná, ubicada en Brasil.

Roger Monte Domecq, hidrólogo e investigador de la Universidad Nacional de Asunción, explicó con otras palabras la conclusión del citado estudio: la pérdida de la cobertura forestal interrumpió el proceso de la evaporación del agua del suelo y la transpiración de las plantas que vuelven a la atmósfera para luego caer como lluvia; no se forman las nubes, “que en realidad son microgotitas de agua en suspensión”, porque desaparecieron los bosques y selvas que contenían agua. “Este es el proceso que se interrumpió en la cuenca del Paraná y agravó la última sequía”, agregó.

Antes de la más reciente, en 1944 se había registrado la última gran sequía en la cuenca. En agosto del 2021, el nivel de las aguas del río Paraná había bajado a 0,2 metros. Innumerables tramos, sobre todo los de río abajo, hacia la Argentina, se secaron. El promedio del caudal se redujo a 6.600 metros cúbicos por segundo, lo que impidió que las grandes embarcaciones que transportan soya, trigo, maíz y carne vacuna navegaran hasta el Río de la Plata para luego, a través del océano Atlántico, llegar a los grandes mercados. El descenso del volumen de agua en el río por la falta de lluvia impactó negativamente en el comercio y la economía de los tres países de la cuenca con la caída de ingresos de divisas, el aumento del costo del transporte marítimo y los precios de los alimentos en el mercado interno.

El surgimiento de la onda expansiva de la frontera agrícola y ganadera en la cuenca data de alrededor de 1960 en Brasil y, unos años después, en Argentina; a inicios de 1980 cobró fuerza en el este de Paraguay, en la frontera con Brasil. Desde aquel primer año no ha parado de expandirse, aprovechando el rico ecosistema y la comunicación fluvial del río Paraná, las políticas económicas de extracción y exportación de materia prima y la creciente demanda de granos y carne de los mercados del mundo, principalmente los de los países industrializados. A la par de esta demanda se incrementaban las exportaciones e ingresos de divisas. Pero en los últimos 15 años el costo ambiental de la producción fue pasando factura a los tres países. Hoy, la balanza se inclina más hacia los perjuicios humanos y económicos que ocasionan el clima y el ambiente contaminados y menos hacia los beneficios de la agroexportación.

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Caminos de tierra públicos que cruzan extensos trigales en el municipio de Raúl Peña, en Alto Paraná, Paraguay.

Ninguno de los tres países tributarios tiene un corte poblacional, económico y productivo sobre la superficie de la cuenca que se extiende en sus respectivos territorios. Sin embargo, sirven como referencias muy cercanas los datos estadísticos de las provincias argentinas, departamentos paraguayos y estados brasileños que se asientan, parcial o íntegramente, dentro del contorno de la cuenca.

Estos datos referenciales indican que en los estados del centro y sur del Brasil asentados en la cuenca se extiende una mancha de pastura de ganado vacuno de más de 24,3 millones de hectáreas en la que comen y rumian alrededor de 88,5 millones de cabezas de ganado. La soya transgénica –modificada genéticamente– ocupa más de 12,5 millones de hectáreas, mientras que la caña de azúcar –de la que se produce azúcar de mesa y sus derivados y combustible para transporte terrestre– está plantada en 8,3 millones de la misma medida. Brasil es considerado en este 2022 el mayor productor y exportador de caña, azúcar refinada y etanol de caña.

La Argentina también tiene una gran producción agrícola y ganadera en sus 11 provincias dentro de la cuenca: 10,3 millones de hectáreas de cereales (trigo y maíz), 11,9 millones de hectáreas de soya y más de 66,5 millones de hectáreas de pastura con 46,5 millones de cabezas de ganado vacuno.

Los ocho departamentos de Paraguay asentados sobre la superficie de la cuenca tienen alta producción agrícola, pero casi nada de ganadera, ya que la ganadería vacuna se desarrolla en el centro y sur de la Región Oriental y en toda la Región Occidental o Chaco. Un mar de soya de 3,3 millones de hectáreas se derrama sobre e incluso más allá de la superficie de la cuenca; ocurre lo mismo con 890.000 hectáreas de cereales (trigo y maíz). Puede decirse que la producción paraguaya es una extensión del gigantesco complejo agroexportador del Brasil para el cual el límite fronterizo no existe.

Hace 20 años, las tierras que hoy producen granos, plantas de caña y carne vacuna eran bosques, cerrados y selvas que cumplían un servicio ambiental fundamental en el ecosistema de la cuenca: el almacenamiento de la humedad, la regularidad del ciclo de lluvia y el mantenimiento de los nutrientes en el suelo y el caudal permanente en los ríos, lagos y arroyos. Estos servicios mermaron significativamente.

Los emprendimientos ganaderos y agrícolas eludieron o transgredieron en las últimas dos décadas las frágiles leyes que los Estados de los tres países dictaron para regular el cambio de uso de suelo y su impacto adverso en el ambiente y en la salud y la economía de las poblaciones rurales. La escasa voluntad de los poderes judiciales y los legisladores, y el argumento de fondo de que la exportación de la agroganadería genera altos ingresos de divisas a los tres países apañaron los delitos ambientales cometidos por los grandes productores agroganaderos.

En el caso de Paraguay, las 693.000 hectáreas deforestadas sobre la cuenca son una flagrante violación de la Ley de Deforestación Cero, vigente desde 2004 en la Región Oriental del país. Esta ley, cuya última versión es de 2020, prohíbe la deforestación bajo pena de multa y cárcel a los infractores, pero hasta hoy no hay un solo condenado, sino apenas la aplicación de multas a algunos productores con montos insignificantes.

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Pérdida de cobertura forestal por país

La aceleración de la deforestación de la cuenca en territorio argentino se inició en 1996, cuando en ese año el Gobierno nacional liberó el uso de las semillas de soya transgénica para la siembra. Esta disparada de hectáreas de cultivo se ralentizó en 2007 al entrar en vigencia la Ley de Bosques. Sin embargo, aunque se redujo, la tasa de deforestación continuó al punto de que el mayor cambio de uso de suelo en la superficie de la cuenca se registró en Argentina.

Los bosques, selvas y cerrados de la cuenca no tuvieron mejor suerte en Brasil: el Código Forestal Brasileño de 2012, modificado en 2018, muy permisivo para la explotación agrícola y ganadera, no evitó que continuara la pérdida de la cobertura forestal en el centro y sur del país que corresponden a la cuenca, tal como revela el rastreo satelital de esta investigación.

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Cultivos extensivos en el departamento de Alto Paraná, Paraguay; en el fondo, a escasos kilómetros, fluye el cause del río Paraná.

“Lo que se omite son las consecuencias humanas y ambientales de la actividad agroganadera”, explica el brasileño Armin Feiden, ingeniero agrónomo, docente e investigador de la Universidad del Estado de Paraná. Este investigador afirma que, entre los recursos naturales de la cuenca que la agricultura y la ganadería a gran escala están agotando, el agua es el más preocupante“.

Otra consecuencia indeseable de la agroexportación, centrada en cuatro o cinco productos de renta a gran escala, es la inseguridad alimentaria. Tomás Zayas, coordinador de la Asociación de Agricultores de Alto Paraná, señala que con el modelo del “agronegocio” imperante, la producción de alimentos de la agricultura familiar recibe un golpe de muerte, porque miles de agricultores venden sus parcelas, dejan de cultivar y migran a las ciudades. “La desaparición de la agricultura de consumo deja sin alimentos a los campesinos y al mercado local”, advierte.

La polinización es una tarea ambiental fundamental que en todos los bosques del planeta realizan ciertos insectos y aves pequeñas: estos transfieren el polen de la parte masculina a la femenina en las plantas, ayudándolas a reproducirse. El 90% de las plantas necesitan de la polinización. Con la pérdida de la cobertura forestal, hábitat de incontables polinizadores, se depreda una biodiversidad irremplazable para el ecosistema de la cuenca. El biólogo argentino Enrique Derlindati, docente de la Universidad Nacional de la Provincia de Salta, Argentina, dice que “la pérdida del servicio de polinización de las abejas, murciélagos y colibríes nativos de la cuenca es un daño terrible”.

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Tomás Zayas, dirigente de la Asociación de Agricultores de Alto Paraná.

Extracción de materia prima y comercio global

La desaforada producción agropecuaria en la cuenca del Paraná en los últimos 60 años tiene una poderosa motivación: los altos precios que las materias primas tienen en el mercado internacional, que se consumen directamente o sirven para producir otros productos (commodity). Con la guerra en Ucrania (que involucra a los Estados occidentales, China y Rusia) se han disparado los precios de los alimentos que se producen en la cuenca.

En 2021, los tres países que comparten la cuenca generaron más de 53.000 millones de dólares de beneficios por la venta de sus productos agropecuarios. Los ingresos provienen de China, la Unión Europea, Israel, EE.UU., India y Rusia, destinos principales de la producción agropecuaria en la cuenca. La soya se destaca como el gran rubro de los tres países. 

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Las zonas de los tres países asentados sobre la superficie de la hidrografía son las de mayor movimiento económico comparadas con otras zonas. En el caso de Argentina y Brasil, son los que más contribuyen con el pago de aranceles e impuestos (por encima del 30% del total de lo exportado) al presupuesto de gastos anual; esto no ocurre en Paraguay, porque el sistema tributario (con una presión que oscila apenas el 10%) casi no grava los productos agropecuarios.

Las estimaciones del Ministerio de Agricultura de Estados Unidos en 2022 colocan a Brasil (primero), Paraguay (tercero) y Argentina (cuarto) en la lista de los cinco mayores exportadores de soja en el mundo. En cuanto a la carne vacuna, se estima que Brasil está en el primer lugar, Argentina en el sexto y Paraguay en el noveno entre los diez mayores exportadores del mundo.

Las ganancias económicas que dejan a los países la exportación de materia prima basada en una economía de extracción pueden ser relativas, algo que se acentúa en el contexto del aumento de la temperatura del planeta y los climas extremos que hoy se viven.

El economista paraguayo Luis Rojas, docente e investigador de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Asunción, explica que vender materia prima sin industrializar genera muy escaso valor agregado como fuentes de trabajo, distribución horizontal de los ingresos y elaboración de productos manufacturados que luego se vuelven a vender. “Un modelo como el de la agroexportación que se desarrolla en la cuenca usa demasiada tierra y recursos naturales y las divisas que genera benefician a un pequeño sector de la población”, describió.

Rojas advierte que, si el ritmo de la deforestación de las últimas dos décadas continuara otros 20 años más, “la producción agropecuaria podría llegar incluso a ponerse en riesgo, y con ello la economía de los tres países”, ante la previsible desaparición de las condiciones ambientales y climáticas que posibilitan el cultivo y el transporte de los productos.

 

Créditos:

Análisis y visualización de datos: Gibran Mena y Fernanda Aguirre

Edición: Joseph Poliszuk

Asistencia periodística: Norma Flores Allende (Paraguay), Jorgelina Hiba (Argentina) y Aldem Bourscheit (Brasil).

Maquetación: Alfredo García (El País América)

Infográficos: Nacho Catalán (El País América)

Ilustración: Andrés Peralta

Esta publicación es una producción periodística del medio Hína, con la colaboración de la organización Data Crítica. Es publicada en forma conjunta por los medios: El País de España, Revista Global de Suecia, Data Critica de México y Made in Paraguay y Hína de Paraguay. Se elaboró con el apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región, liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).